Manolo Santana, el adiós al tenista de la eterna sonrisa que cambió la historia del deporte español

El tenis en particular, y el deporte español en general, no se entendería como lo conocemos en la actualidad sin la figura de Manolo Santana. El padre de facto del deporte de la raqueta en nuestro país falleció la tarde del sábado en su casa de Marbella a los 83 años de edad. El partido de la maldita enfermedad de Parkinson, que padecía desde hace algún tiempo, ha sido, a la postre, el único que el genial tenista madrileño no ha conseguido sacar adelante en las sietes décadas que dedicó desde su lado del campo a construir con esmero y tesón, mucho tesón, el fabuloso edificio que hoy día es el deporte en nuestro país

Santana contribuyó de forma decisiva, con sus victorias a principios de los años sesenta en Forest Hills, Rolland Garros y Wimbledon, a promocionar y difundir la práctica del deporte a nivel individual en un país que hasta ese momento se alimentaba principal y casi exclusivamente del fútbol. El brillante tenista nacido en la calle López de Hoyos en 1938, en plena Guerra Civil Española y con las bombas cayendo por doquier en cada rincón de la capital, enseñó a sus compatriotas que se podía salir a competir al extranjero, y ganar. Y además hacerlo con estilo y autoridad. 

Su tenis de fantasía tuvo el más humilde de los orígenes. Proveniente de una familia de la clase trabajadora, Santana dio sus primeros pasos deportivos haciendo las veces de recogepelotas en el Club de Tenis Velázquez, muy cerquita de su casa, a donde en un principio iba acompañando a su hermano Braulio, que consiguió trabajo en ese centro deportivo de la élite del madrileño barrio de Salamanca

De recoger pelotas pasó a golpearlas, y muy bien. Tanto que de disputar varios torneos para recogepelotas, y ganarlos con relativa facilidad, su vida dio un giro de 180 grados: varios socios del club para el que trabajaba, encabezados por la familia Romero Girón, decidieron apadrinarlo viendo sus innatas condiciones para el deporte de la raqueta. Doña Mercedes, su madre, dio luz verde a aquella inesperada propuesta y Manolito, como le llamaban por entonces, dispuso de los medios necesarios para crecer en un deporte por entonces patrimonio exclusivo de las clases pudientes españolas.  

En un diminuto pueblo conquense comenzó a gestarse la figura de un deportista que llegó a ser Número Uno del mundo en una disciplina que acabaría abriendo sus puertas al gran público toda vez que comenzaron a llegar por televisión los ecos de sus sonados triunfos en los prestigiosos torneos del Grand Slam: dos veces conquistó el Abierto Internacional de París (1961 y 1964); luego vendría Forest Hills -hoy Open US– (1965) y, como colofón a su incontenible poderío con una raqueta en las manos, logró que el himno español sonara un año más tarde por vez primera en La Catedral por excelencia del tenis mundial, Wimbledon. 

Su compromiso con el deporte español, su deseo de que llegara al fin a todas las clases sociales, quedó claramente reflejado en la decisión de aparcar temporalmente su paso al profesionalismo para defender la bandera nacional en la entonces llamada Challenge Round, la actual Copa Davis, cuya final llegó a disputar en dos ocasiones (1965 y 67) frente a Australia. Pese a caer en sendas batallas el equipo español, Santana salió airoso de su principal propósito: llevar el tenis a la calle. 

Su adiós definitivo de las pistas, en 1979, le preparó para una ardua tarea que llevaría a cabo hasta prácticamente el final de sus días: universalizar el tenis y contribuir decisivamente a su crecimiento geométrico en España. Su último gran servicio al deporte que amó desde su dura infancia capitalina, convertir el Mutua Madrid Open en torneo Masters 1.000 desde su posición de presidente, ha sido el magistral epitafio a una carrera profesional en la que ayudó sobremanera a sacar al deporte español de la oscuridad y conducirlo a cotas de éxito y popularidad impensables hace no tanto tiempo. ¡Muchas gracias por tanto, Manolo! El piragüismo español nunca olvidará tu magnífico legado. Descansa en Paz.